jueves, 28 de junio de 2012

Frío albergue




La división del trabajo, el sistema de funciones automatizadas tiene por efecto el que a nadie le importe nada el bienestar del cliente. Nadie puede ya leer en su rostro lo que le apetece, dado que el camarero ya no conoce los platos, y si se le ocurre recomendar alguna cosa debe cargar con los reproches de haberse excedido en sus competencias… Es comprensible que el restaurante este separado del hotel, del estuche vacío de las habitaciones, por hostiles abismos, como no lo son menos las limitaciones del tiempo en la comida y en el insufrible room service, de donde se huye hacia el drugstore, el ostentoso establecimiento tras de cuyo inhospitalario mostrador un malabarista de huevos fritos, lonchas de jamón y bolas de helado se presenta como último resto de hospitalidad… Entonces surgen figuras como las hostess, especie d patrona sintética. Como ésta en realidad no se cuida de nada, no reúne mediante ninguna disposición real las funciones escindidas y enfriadas, sino que se limita a los vanos gestos de bienvenida y en todo caso al control de los empleados, su aspecto es el de una mujer marchita fastidiosamente guapa, tiesamente esbelta y forzadamente juvenil. Su verdadero fin es el de velar por que el cliente que entra ni siquiera pueda escoger él mismo su mesa, puesto que el negocio está por encima de él. Su encanto es el reverso de la gravedad que ostenta el encargado de la expulsión.


(Minima Moralia, T. W. Adorno) 

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