jueves, 7 de junio de 2012

notas sobre "Huida al Norte"


... “Parece que aquí se lee mucho”, pensó fugazmente, “quizá también libros alemanes. En realidad conmovedor... tan lejos”. Repentinamente, con una mezcla de bienestar y espanto, le vino a la conciencia que estaba en el extranjero y que de momento no había para ella un camino de retorno. Estaba separada de su país, circunstancias terribles lo habían querido así. En estancias extranjeras podía volver a encontrar inopinadamente, como un regalo, un trozo de Alemania en una estantería de libros. Pues uno puede estar desterrado de su patria, y haberla abandonado con un pasaporte falso; pero por toda la tierra hay repartido algo de ese país que no deja de ser la patria, y ese algo es quizá lo mejor de él, algo que es hermoso encontrar en un sitio cualquiera, en lo que uno se reconoce un poco y resulta muy grato, si bien entristece.


            -Por las tardes esto me ocurre casi siempre –explicó prestamente, cuando Johanna preguntó las razones de su gesto de tristeza-. Es la nostalgia, si. Me viene por la tarde, por el día estoy de buen humor. Es tan consolador que haya alguien con quien poder hablar muchas, muchas veces sobre estas cosas. Usted entenderá todo esto. La gente de aquí es muy amable, personas estupendas, créame; pero no dejan de ser extraños. “Lengua extranjera, corazón extranjero”; eso no deja de ser verdad –(Johanna no había oído mamás ese refrán; sospechó que lo había inventado la señorita Suse.)-.


            Lentamente, casi trastabillando de deseo, se desasieron del primer abrazo para quitarse los vestidos que aún les distinguían de la eterna pareja de amantes, repetida miles de millones de veces. También el desnudarse formaba parte de la ceremonia de la voluptuosidad, que cumplían con reverencia exacta, deshaciéndose prenda a prenda de la ropa hasta que se quedaron desnudos a la luz: entonces dejaron de tener nombre y también lenguaje, cuando, silenciosos, volvieron a acercarse, avanzando tres pasos el uno hacia el otro, a tientas, solemnemente, para encontrarse en medio de la habitación, levantando los brazos desvalidos, y estuvieron cuerpo junto a cuerpo, él y ella, y ambos sintieron la piel del otro y su calor, y se miraron a los ojos, abiertos con mortal seriedad, y cada uno sintió latir el corazón mortal del otro.


... Y yo no consiento, sencillamente no consiento, que aquí se brinde por bárbaros y asesinos. ¡Puede que venzan en todas partes, que marchen adelante y que pronto posean el mundo entero! Pero yo no quiero tenerlos aquí; odio todo eso, su brutalidad y sus consignas, los he odiado en Italia y en Alemania, y aquí, entre nosotros, los odiaré más que nunca.


            -¡Déjalo, déjalo! –Karin la rechazó-. No vamos a hablar de eso. Ya superaré eso, también eso. Se adquiere práctica... –no lo dijo con amargura, sino con una sonrisa extrañamente resplandeciente, muy seria, muy llena de confianza-. Se adquiere práctica en la transformación del dolor –rió misteriosamente-. Pones cara de sorpresa, mi pequeña Johanna –tocó con sus dedos, de un brillo blanquecino, la frente infantil de Johanna-. Pero todo esto es tan fácil... lo que pasa es que yo no creo... ¿cómo podría decirlo? Yo no creo en un despilfarro tan grande. En algún sitio tiene que acumularse todo, también el dolor; tiene que convertirse en valor y en fuerza, aquí o arriba, si es que hay alguna diferencia... también el dolor.


            Johanna mira a Ragnar; pero Ragnar no sabe nada de la carta ni de su contenido, no sabe absolutamente nada de Bruno, ese es otro mundo. Ragnar. Mira de frente con sus ojos estrechos. Qué extraño se le vuelve de súbito a Johanna. Sí, no sabe nada de Bruno, no sabe que hay guerra, y por qué se lucha, nunca podrá entenderlo. Él, por su buenos sentimientos, aborrece al mismo adversario que nosotros combatimos. Eso ya es algo, es mucho, pero no es suficiente. Pues su odio es irreflexivo, incontrolado, no conoce las razones de su odio. Es una antipatía personal, que da testimonio de su carácter, y por eso hay que amarlo más aun. ¿Pero podrá ser alguna vez de lo nuestros? Puedes amarlo tanto como quieras, Johanna, él siempre estará así junto a ti, no sabe nada de ti, ningún abrazo lo acercará a ti del todo, él es extraño, extraño Ragnar.


            Procedía de una familia de funcionarios cristianos-conservadora; la vida en una escuela rural y en toda clase de organizaciones juveniles le había acostumbrado a la actividad en asociaciones. Esta costumbre también hubiera podido conducirle al otro campo; pero eso se lo impedían un pensamiento claro, la necesidad de pureza y la ausencia de cualquier misticismo nacionalista. El momento decisivo había sido la amistad con Georg. Éste, dotado de gran talento pedagógico, le había enseñado; Bruno había sido un objeto agradecido. Era el luchador nato, sólo era necesario concentrar su voluntad en un objetivo de combate. En conversaciones que se prolongaban durante noches enteras, Georg le mostró y explicó el objetivo. Bruno se puso a su disposición sin condiciones.


            -Ay, Ragnar, esa es la verdad: te amo; esa es toda la verdad, y siempre seguirá siendo cierto...
            “Es más cierto que cualquier otra cosa –te amo por entero, del todo y para siempre; tanto, Ragnar, tanto y con tanta fuerza. Ragnar, he visto miles de caras” pensó la arrebatada, bienaventurada, desesperada Johanna, “y conoceré miles. Pero nunca volveré a encontrarme ésta. Nunca volveré a encontrarme una en la que todo, todo me conmueva de tal manera que lloraría sólo con ver su boca, ay, que tendría que sollozar sólo con tocar su cabello con los dedos. ¿Por qué no puede durar esto para siempre, y no puedo quedarme, por qué he de sentir que esto tiene que acabar? ¿Por qué Bruno, un soldado, ha sido detenido? ¿Simplemente porque hay guerra, no una guerra ajena, sino la nuestra? ¿Qué orden me llama a marcharme de aquí? ¿Qué consigna rigurosa me destroza hasta la dicha de este instante, la breve dicha de poderte mirar? ¿Qué es esto? ¿Qué es esto Ragnar, Ragnar, Que siempre estoy a tu lado como si me separara de ti?”


... Del todo y para siempre, Ragnar, tanto y tan fuerte... Corrió al lavabo con los pies descalzos: la fuerza de sus piernas, sigue riéndose, la fuerza de sus brazos cuando levanta la jarra y vierte agua en la palangana (aquí no hay agua corriente): joven levantando una jarra, joven hundiéndose en el agua fría: la humanidad está expuesta a la transformación más sorprendente, en luchas gigantescas conquista un futuro, se atemoriza ante él, recula ante él, quiere evitarlo y  al final tiene que conquistarlo; tras grandes luchas acaecen grandes transformaciones, todo será diferente, todo será diferente, sólo que lleva su tiempo -: pero algunas imágenes son eternas, joven corriendo descalzo; joven levantando la jarra, metiendo la cabeza en el agua fría –resoplando, haciendo gárgaras, riendo- y la amante  le mira, se levanta del lecho que él ha abandonado, se acerca a la ventana, pero no deja de mirarle, él se vierte agua en pecho y brazos, ya está en medio de un amplio charco. Johanna lleva un pijama de tela azul claro descolorido y arrugado, una ropa muy modesta, un traje de dormir más para una estudiante que para una joven dama.


            -Yo ya sé lo que te angustia –continuó Ragnar, sin soltar su mano-. Son siempre esas cuestiones generales, políticas, ya lo sé, Johanna. Pero esas son cosas totalmente abstractas, irreales, tan lejanas... sin embargo, nosotros estamos aquí- dijo, en voz algo más baja.
            -No es nada irreal –dijo Johanna-. Cada segundo es realidad. Y cada segundo que no pensamos en ello es casi una traición. Ahora han detenido a un amigo mío en Alemania... –(que te amo Ragnar, esa es la verdad, esa es toda la verdad, eso es más verdadero que ninguna otra cosa).
            -Pero nosotros estamos aquí –respondió Ragnar tercamente-. Y sólo estamos aquí una vez, y no volveremos. ¡¿Y quién nos resarcirá si lo perdemos ahora, si lo perdemos aquí y ahora?! Esa es la realidad, Johanna, nuestra realidad, tienes que sentirlo así –dijo, con un movimiento amplio-. ¿Y quién nos resarce si la perdemos ahora? –la atrajo hacia sí con un gesto tan violento como si quisiera iniciar una lucha y no un abrazo. Y sofocó con un beso cualquiera cosa que ella hubiera querido responder.


            -Hemos venido a parar aquí por una casualidad verdaderamente original... tendría que contárselo –dijo, mientras, con gran confianza y deseoso de charlar, se sentaba al lado de Johanna. Le contó una larga historia. En realidad le hubiera gustado ser bailarín, “pero la vida juega con nosotros”, dijo, e intentó elevar los ojos, lo que, a causa del párpado hinchado, le salió bastante mal.


            -¿Tienes de verdad miedo de la muerte? –preguntó repentinamente. Ragnar no pareció sorprendido con esa pregunta.
            -No lo sé –dijo pensativo, y bajó la mirada hacia la cabeza de Johanna, que ésta frotaba contra sus rodillas-. Cuando era niño tenía un miedo terrible de ella; a veces me ha ocurrido que me despertaba en medio de la noche y gritaba, lloraba, sabes, porque se me había ocurrido que tenía que morir. La muerte tenía entonces un rostro y me miraba desde las tinieblas. Se desprendía del terror desde las cuencas de sus ojos... Pero eso ha cambiado, me parece. La muerte no puede ser mala. La vida es mala, sí, esa es la sorpresa. Uno no estaba preparado para eso. Uno se la había representado más fácil, o por lo menos de tristeza más hermosa, ahora creo que la muerte resultará más bien la sorpresa agradable.


            -Ay, Ragnar, Ragnar, prefiero morir... ¡no puedo apartarme de ti, prefiero morir!
            ¿Qué podía responder? Sólo repetir, una y otra vez, los gestos de la ceremonia de la ternura, sólo el beso. Sólo, por no se sabía que vez, el juego sin esperanza de las caricias.
Qué les quedaba por hacer, sino arrojarse a los abrazos, como una pareja desesperada se arroja al tren para que los destroce; dándose la mano, embriagados por la cercanía del otro como por la cercanía de la muerte, salta de la torre, salta del puente, salta de la escotilla del avión sin que uno mire al otro; ya no son extraños entre sí en el instante de esa espantosa comunidad: en silencio, no hay ninguna salida, y así se precipitan en la muerte como en la noche de amor... y así se precipitan en la noche de amor como en la muerte.


            -Quisiera ir a toda costa a Islandia –respondió Ragnar.
            -¡Pero es una locura, Ragnar; si lo piensas bien, es una locura completa!
            Ragnar puso su cara obstinada –ojos estrechos, los labios malhumoradamente fruncidos:
            -Es muy sencillo: quisiera permanecer contigo, y querría estar contigo en un lugar donde estés lo más apartada posible de las preocupaciones que siempre ensombrecen tanto tu cara. ¿Dónde está la locura? Yo no la veo. ¿O está este mundo hecho de manera que se desea una locura completa cuando se quiere permanecer un poco –un rato al menos- con la persona a la que se pertenece? ¿Es la pequeña aspiración a la felicidad un crimen loco en este mundo? –preguntó Ragnar muy airado, deteniéndose en medio de la calle, en esa gris y sucia calle de la ciudad más norteña de Europa-. Merde alors! –gruñó-. Mas no sé decir. Eso sería una cochinada, y éste un mundo muy miserable.
            Johanna respondió –como si las únicas palabras que hubieran oído fueran esas:
            -¿De verdad querrías quedarte conmigo, Ragnar? ¿Te lo has pensado bien? ¿Es eso verdad?
            -En realidad, nunca he creído que pudiera vivir con una persona –explicó Ragnar con solemnidad-. Incluso aunque me hubiera dado un enamoramiento agudo más fuerte que el de esta vez –continuó con severa objetividad-, nunca he creído que eso pudiera ser para siempre. Nunca he sido un bien compañero a la larga; tengo demasiadas cualidades intolerables, y casi todo el mundo tienen también cualidades intolerables. Así que la cosa está muy bien meditada cuando digo: nosotros tenemos que permanecer juntos. Siento que así lo quiere una instancia decisiva. Tampoco yo me engaño. Lo siento muy bien.


            -Pero yo pertenezco a ese pueblo –dijo, casi sin voz-. Yo hablo su lengua.
            Uno puede librarse –replicó-. Eres inteligente, no tienes prejuicios nacionales, podrás expresarte en otros idiomas.
            En la expresión de Johanna se reflejaba un gran tormento.
            -Sin embargo, yo veo todo esto de forma distinta a como lo ves tú –dijo lentamente, vacilante (es inútil, nunca podré aclararle esto)-; yo creo que toda la infelicidad del mundo no procede de un pueblo determinado, sino de la dominación egoísta de una clase. El odio -¡entiéndeme, Ragnar!- el odio no puede nunca ser cosa de un solo pueblo, sino siempre de la forma económica que lo destruye todo. Mientras domine el capitalismo no cesará el dolor, en ninguna parte. Y una Alemania socialista no sería una amenaza para el mundo.
            -Eso es falso –se acaloró Ragnar-. Y es típicamente alemán pensar así. Es típicamente alemán convertir la cuestión económica en una cosmovisión; inmediatamente se introduce el tema de la redención, y el misterio de Viernes Santo, y el gran bombo, El resto de los pueblos podrían solucionar la cuestión de la forma económica, para eso no es necesario volverse asiático y caer en el éxtasis materialista después del nacionalista... todo esto se puede resolver también de forma civilizada. Pero la Prusianidad –sólo la Prusianidad, la más repugnante forma de Asiatismo-, tendrá buen cuidado de que lo razonable se convierta en una catástrofe, una catástrofe típicamente alemana, bajamente alemana; produciría la guerra, y como terror y espanto surgirá el socialismo de la guerra, y entonces habrán conseguido echar a perder y corromper y hacer intolerable para el resto del mundo también lo natural, lo necesario, la reforma económica, para que su registro de pecados sea infinito –respiró agotado, su gran cólera le había cansado considerablemente-. No cabe duda de que no tengo un carácter militante –añadió, en voz más baja-. Pero le deseo a Alemania una derrota de magnitud colosal. Tiene que se hecha trizas para que no pueda volver a moverse. De otra forma no habrá tranquilidad. La última vez salió demasiado bien parada. No ha aprendido nada del regalo de su derrota. Johanna, te digo que tiene que ser controlad y vigilada por los estados civilizados, tiene que someterse a su voluntad por completo, casi convertirse en su colonia; si no, en su momento destruirá a los estados civilizados.


(Huida al Norte, Klaus Mann) 

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