jueves, 17 de mayo de 2012

Para Anatole France




En la fase en que el sujeto abdica ante el enajenado predominio de las cosas, su disposición para percibir dondequiera lo positivo o lo bello muestra la resignación tanto de su capacidad crítica como de su fantasía interpretativa inseparable de la primera. Quien todo lo encuentra bello está en peligro de no encontrar nada bello. Lo universal de la belleza no puede comunicarse al sujeto de otra forma que en la obsesión por lo particular. Ninguna mirada alcanza lo bello si no va acompañada de indiferencia y hasta de desprecio por todo cuanto sea externo al objeto contemplado… La mirada se pierde en una belleza única es una mirada sabática. Obtiene del objeto un momento de descanso en su jornada creadora… La corrupción proviene del pensamiento como acto de violencia, de acortar el camino que sólo a través de lo impenetrable encuentra lo universal, cuyo contenido se conserva en la impenetrabilidad misma, no en una coincidencia abstracta de diferentes objetos. Casi podría decirse que la verdad depende del tempo, de la perseverancia y duración del permanecer en el individuo: lo que va más allá sin haberse antes perdido totalmente, lo que avanza ya hacia el juicio sin haberse hecho antes culpable de la injusticia que hay en la contemplación, al final se pierde en el vacío… De la bondad indiscriminada respecto a todo nace también la frialdad y el desentendimiento respecto a cada uno, comunicándose así a la totalidad. La injusticia es el medio de la efectiva justicia. La bondad ilimitada se torna justificación de todo lo que de malo existe al reducir su diferencia con los vestigios de lo bueno nivelándose en aquella generalidad que cobra expresión desesperanzada en la sabiduría mefistofélica-burguesa según la cual todo cuanto existe merece su destrucción [Fausto I]. La salvación de lo bello, aun en el embotamiento o la indiferencia, parece así más noble que la tenaz persistencia en la crítica y la especificación, que en verdad muestra una mayor inclinación por las ordenaciones de la vida.

… La proliferación de lo sano trae inmediatamente consigo la proliferación de la enfermedad. Su antídoto es la enfermedad consciente de sí misma, la restricción de la vida propiamente tal. Esa enfermedad curativa es lo bello. Este pone freno a la vida, y, de ese modo, a su colapso. Mas si se niega la enfermedad en nombre de la vida, la vida hipostasiada, por su ciego afán de independencia de ese otro momento se entrega a éste de lo pernicioso y destructivo, de lo cínico y lo arrogante. Quien odia lo destructivo tiene que odiar también la vida: sólo lo muerto se asemeja a lo viviente no deformado. Anatole France supo, a su lúcida manera, de tal contradicción. “No –hace decir al benévolo señor Bergeret–, prefiero creer que la vida orgánica es una enfermedad específica de nuestro feo planeta. Sería insoportable creer que también en el universo infinito todo fuera devorar o ser devorado.” La repugnancia al nihilismo que hay en sus palabras no es sólo la condición psicológica, sino también la condición material de la humanidad como utopía. 


(Minima Moralia, T. W. Adorno)

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