jueves, 1 de marzo de 2012

notas sobre "El perjurio de la nieve"

El perjurio de la nieve

La realidad (como las grandes ciudades) se ha extendido y se ha ramificado en los últimos años. Esto ha influido en el tiempo: el pasado se aleja con inexorable rapidez.


... Nosotros, que lo miramos con una simpatía morigerada por un rutinario sentido crítico, creemos, que su paso por la brevísima historia de nuestra literatura será, para siempre, el de un símbolo: el símbolo del poeta.


... El hombre bajó del coche, y cuando lo vi caminar hacia la tranquera, ínfimo y diferente, tuve la extraña impresión de que en ese acto único veía superpuestas repeticiones pasadas y futuras y que la imagen que me agrandaba el anteojo estaba en la eternidad.


Por fin me levanté y le dije a Oribe que nos fuéramos de la casa. No quiero ver personas muertas: después no puedo recordarlas como vivas.


-Sí, pero la frase no es suya.
-Eso no tiene la menor importancia –afirmó con aplomo y yo sentí que le había revelado la pobreza contumaz de mi espíritu-. Los poetas carecemos de identidad, ocupamos cuerpos vacíos, los animamos.


... Pero tengo la conciencia tranquila: nada, ni mis palabras, ni mi silencio, pudo modificar los hechos que luego ocurrieron.


... Un temor no especificado me impedía mirar la fotografía de Lucía Vermehren: ya no era una fotografía lo que yo miraba, lo que yo adoraba, lo que yo tocaba. Después hubo un cambio atroz; cuando volví a mirarla, aunque nunca dejé de mirarla, se me castigó por esa interrupción retrospectiva: la imagen se había borrado, quedaba un papel en blanco y supe definitivamente que Lucía Vermehren estaba muerta.


Descubrí una leyenda y un bosque en un desierto, y en el bosque a Lucía. Hoy Lucía se ha muerto. Levántate Memoria y escribe su alabanza aunque Oribe caduque en la desesperanza.


(El perjurio de la nieve, Adolfo Bioy Casares)

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