miércoles, 21 de marzo de 2012

notas sobre "La sierva ajena"

La sierva ajena


En alguna parte leí que un apretado tejido de infortunios labra la historia de los hombres, desde la primera aurora, pero a mí me agrada suponer que hubo periodos tranquilos y que por un inapelable golpe de azar me toca vivir el momento, confuso y épico, de la culminación... Como siempre ocurre (por mucho que aguce cada cual la facultad de prever), inesperadamente, actores y espectadores, nos encontramos en medio de la tragedia.



-Tiene plata –dictaminó M. Vallet.

He aquí otro error. El único encanto de la gente rica no es la plata; no hay que olvidar lo que yo denomino factores imponderables. Todos recordarán un caso reciente: el de la muchacha que se comprometió, ante la irritada desaprobación de nuestro medio, con el más horrible de los industriales. Conozco a la muchacha, sé que es imaginativa y poética, estoy seguro de que ha soñado con príncipes. Los príncipes, hoy en día, son los industriales; sus castillos, las altas chimeneas de las fábricas.




-Tan escasa –comentó un muchacho que empiezo a encontrar en todas partes, pero que felizmente no conozco aún-, tan escasa que inferimos que debe ser cuidada y exquisita. Grave error.

-Yo sabía que era argentino –dijo mi prima- pero nunca pensé que hubiera vivido en el país. Creí que era uno de esos desterrados voluntarios del tiempo en que el peso pisaba fuerte.




...Es indudable que tardó menos en enamorarse que en advertir que estaba enamorada.




... “Me parecían”, confesó, “gente sin defectos, por lo menos en el trato y en la piel...




... El hombre es un desheredado que debe aprenderlo todo; para cuestiones sentimentales, a los veinticuatro años tiene seis u ocho de edad. En la mujer obras casi intactos, los defectos y las virtudes del instinto; cada una hereda la experiencia acumulada desde el origen del mundo... Agregó: “Yo era, ante ella, como un niño; como un niño que, por no estar formado, puede ser impuro o procaz. Para distinguir el bien del mal debía mirarla”.




La alegría de amar

quise explicarte.

No alcanza el arte.




-Te quiero.

Conmovido, pensó que su retardo había perturbado a Flora. Corrió hacia ella y exclamó:

-¡Mi querida!




Pensó: “La vida no es dramática, pero hay personas dramáticas, que debemos evitar. La madre es loca y la hija es rara”.




Por aquel tiempo, Urbina estaba tan imbuido en la literatura que, para él –y, por cierto, imaginaba que para todo el mundo- nada era más real que un problema literario. Se excusó nuevamente de que el último hai-kai fuera “endeble, muy endeble”




-Para mí, está loca.

-Es mujer, que es lo mismo –respondió el chauffeur, con indulgencia-. Uno vive con ellas, las toma en serio, las consulta para todo y después se extraña que el mundo ande al revés.




Al otro día no estaba menos afligido; este implacable observador de la vida y de sí mismo, este literato, se abandonó al infortunio de la nostalgia y de la espera; pensaba en Flora, pensaba en el teléfono, postergaba un llamado al Tigre, que no se resolvía a intentar, ansiaba un llamado del Tigre, que no ocurría.




... “Sucedió lo inverosímil”, se dijo. “Estoy enamorado.” Estaba incómodo, inquieto, un poco enfermo, flaco y ojeroso.



“¡Qué rival tengo!”, sonreía, movía la cabeza. “Pero, a mi modo, soy de tan poca confianza como el tal Rudolf. Me dan la espalda y ya estoy riéndome de los sentimientos de Flora. Lo que salva al amor (reconozcamos que todo amor es un poco ciego, bastante ridículo, demasiado antihigiénico e íntimo) es la pureza de los sentimientos.


(La sierva ajena, Adolfo Bioy Casares)

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