miércoles, 24 de octubre de 2012

La tarde de un fauno



            Yo había dicho que las diferencias de temperamento que descubre cada cual entre hombres y mujeres, en definitiva, son las que descubre cada cual en el trato con su mujer y, en definitiva, son las que hay entre cualquiera y su prójimo.
            -No sé –contestó alguien en aire de duda.
            -Lo que sabemos todos –concluyó otro- es que uno vive solo, deseando encuentros imposibles.


... El amor no es eso. No es un juego, no es una ficción ridícula. Cuando queremos de verdad...


            -No, mi querido. Lo que dices está bien, en abstracto; en la realidad, no. ¿Cómo no descubriste todavía que en el amor intervienen sentimientos, no razones, y que a los sentimientos no los maneja la voluntad? Por lo mismo, no hay que razonar demasiado el amor. Con la religión, es lo más real que tenemos, pero no te pongas a razonarlos, porque no queda nada o, peor aún, se vuelven, como tú dices, ridículos. Probablemente el amor sea un juego; en los juegos hay que respetar las reglas. En todo caso, es algo muy delicado: no lo manosees, como lo he manoseado yo, porque lo estropeas irremediablemente.


            Hubo un silencio en que oí el segundero de mi reloj. De manera visible Olga se entristeció. Ahí estaba, al alcance de la mano –Dios mío, triste era más linda aún-, y reflexioné que si la perdía esa tarde probablemente la perdería para siempre.

(La tarde de un fauno, Adolfo Bioy Casares)


Notas de La tarde de un fauno

... Por lo mismo, no hay que razonar demasiado el amor. Con la religión, es lo más real que tenemos, pero no te pongas a razonarlos, porque no queda nada o, peor aún, se vuelven, como tu dices, ridículos. Probablemente el amor sea un juego; en los juegos hay que respetar las reglas.

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