miércoles, 28 de noviembre de 2012

cabeza humeante

Ent.: Bueno, usted no sólo es un escritor, sino que además es famoso. ¿Ve alguna desventaja en el hecho de serlo?

J. U.: Se me hacen demasiadas entrevistas. Trato de impedirlo, pero ya una sola entrevista es demasiado. Por más que intentes ser honesto y completo, las entrevistas son intínsecamente falsas. Hay algo terriblemente erróneo en el hecho de comprometerme ante esta máquina y con a versión que usted hará de lo que salga de ella; quizas esté usted sordo y la máquina averiada. Todo lo que sale de ella está unido a mi nombre, y sin embargo no se trata de mí. Mi relación con usted y mi manera lineal de hablar son distorsionantes. En cualquier entrevista dices más o menos de lo que querías decir. Dejas el terreno adecuado a tus posibilidades y te conviertes en un monologuista de cabeza humeante, uno más. A diferencia de Mailer y Bellow, no siento gran inclinación por pronunciarme sobre grandes cuestiones, por reformar el país, o ser elegido alcalde de Nueva York o ministro mundial con risas, como el héroe de The Last Analysis. En cierto sentido mi vida es una basura, mi vida es aquello respecto de lo cual mi literatura son residuos. La persona que apareció en la portada de Time o cuyos monólogos será publicado en The Paris Review no es ni el yo que existe físicamente y socialmente ni el que firma la ficción y la poesía. Quiero decir que todo está infinitamente bien y cualquier opinión es más burda que la textura de la cosa real.

Encuentro difícil tener opiniones. En teología me inclino por Karl Barth; en política, por los demócratas. Pero atesoro una observación hecha por John Cage: nuestras verdaderas actividades no son el enjuiciamiento, sino la apertura y la curiosidad. Al hablar de temas de los que eres ignorante violentas el sonido de la voz que habla de cuestiones sobre las que sabes algo.



(John Updike. Conversaciones con los escritores, The Paris Review)

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